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martes, 20 de agosto de 2013
21 de Agosto de 1842 Muere María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador
1789-1842
Nació en la ciudad de México, en el 10 de abril de 1789 (otros señalan el año de 1787). Su nombre completo era María de la Soledad Leona Camila. Hija única del segundo matrimonio del comerciante español Gaspar Marín Vicario, nacido en la Villa de Ampudia, Castilla la Vieja, y Camila Fernández de San Salvador, originaria de Toluca. Fue su padrino de bautizo su tío Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, prominente abogado realista, quien disfrutaba de una muy buena posición económica y social en la capital de Nueva España. Recibió una esmerada educación, poco frecuente para las mujeres de la época. Muy pronto perdió a su padre y cuando tenía 17 años, murió su madre, por lo que vivió con un su tío y padrino Agustín, quien se encargó de administrar su herencia que ascendía a más de cien mil pesos.
Antes de la muerte de su madre, se firmaron capitulaciones para su matrimonio con Octaviano Obregón y Gómez, abogado, minero y militar, miembro de una opulenta familia de León, emparentada con los condes de la Valenciana. Los Obregón eran cercanos al virrey Iturrigaray y al darse la invasión francesa en España, apoyaron el plan de Talamantes, Primo de Verdad y Azcárate de constituir un gobierno autónomo en tanto no hubiera rey; pero cuando sobrevino el golpe de Yermo, el padre de Octavio fue herido y luego muerto en Guanajuato.
Fue en el despacho de su tío, donde Leona conoció al joven Andrés Quintana Roo, nacido en Mérida, quien estando a punto de terminar sus estudios en la Real y Pontificia Universidad, iniciaba su ejercicio profesional como abogado. Pronto se enamoraron, pero era la época en que invadida España por los franceses, derrocados los reyes españoles y coronado el hermano de Napoleón como el nuevo rey, en la colonia los criollos sostenían que a falta de un rey legítimo, el poder debía volver al pueblo. Al sostener estas ideas, los criollos expresaban también su descontento por la exclusión de que eran objeto de los más importantes puestos públicos, militares y eclesiásticos, los cuales eran reservados para los peninsulares, llamados despectivamente “gachupines” por su arribismo y aspiración de rápido enriquecimiento. Leona y Andrés eran también afines en sus ideas políticas de separación de España, en tanto siguiera ocupada por los franceses y no existiera un monarca español legítimo.
Al estallar la rebelión de Dolores encabezada por Miguel Hidalgo, quizás por influencia de la familia Obregón, Leona empezó a colaborar, sin formar parte de él, con el grupo de “Los Guadalupes”, que en la clandestinidad trabajaba para los insurgentes desde la misma capital del virreinato. Inclusive inventó un sistema de claves y nombres cifrados que tomó de sus libros favoritos para mantener comunicación con los insurgentes.
Andrés intentó casarse con Leona, pero su tío trataba de sostener el compromiso matrimonial y además, no le simpatizaban sus ideas liberales, por lo que se opuso a esa relación. Tampoco el enlace con Obregón se realizó, pues éste marchó como diputado a las Cortes de Cádiz en España.
Al ser fusilados los primeros insurgentes en 1811, animado por Leona, Andrés decidió unirse a las fuerzas que comandaba Ignacio López Rayón. Y al año siguiente, él y Manuel Fernández, primo de Leona, marcharon a incorporarse con los ejércitos insurgentes. No pasó mucho tiempo sin que estuvieran a las órdenes del mismísimo José María Morelos.
Obviamente, Leona no podía acompañarlos y permaneció en la ciudad de México, desde donde, secretamente, recolectaba fondos e información, compraba y enviaba armas, municiones, medicinas y pertrechos en general, a las fuerzas insurgentes. Con el pseudónimo de Enriqueta sostenía importante correspondencia con Andrés y los jefes rebeldes. Además, logró que los mejores armeros vizcaínos que trabajaban en los talleres de maestranza del virreinato, se trasladaran al Campo del Gallo, en Tlalpujahua, en donde fabricaban toda clase de armamento y municiones para pertrechar a los insurgentes. Así gastó buena parte de su fortuna personal; su valiosa ayuda fue recompensada por los insurgentes, quienes le dedicaron las primeras monedas de oro y plata que acuñaron en el sur.
Delatada por uno de sus mensajeros, el arriero Mariano Salazar, ante la Junta de Seguridad y Buen Orden, cuando éste fue detenido el 25 de febrero de 1813 por el militar realista Anastasio Bustamante, Leona fue avisada por una mujer desconocida cuando salía de la misa en el templo de La Profesa y con el pretexto de asistir a una jamaica, huyó en un coche de alquiler al pueblo de San Juanico, en Tacuba, y de ahí a pié a la barranca de San Joaquín, donde se le unieron su aya y otras mujeres para emprender el camino a Tlalpujahua. Sólo llegaron caminando hasta el pueblo de Huisquilucan. Por su parte, los insurgentes la nombraron “Infanta de América” y enviaron un contingente para llevarla a Tlalpujahua.
Sin embargo, su tío Agustín, que disfrutaba de gran influencia política, pudo conseguirle un indulto o perdón de las autoridades virreinales por las acciones que había realizado a favor de los rebeldes, y Leona, enferma, regresó a la ciudad de México. Como rechazó el indulto y tenía que ser procesada, su tío la internó el 13 de marzo de 1813 en el Colegio de Belém, llamado “de las mochas”, en calidad de reclusa forzada, a disposición de la Junta de Seguridad y Buen Orden. Así fue sometida a juicio y se le confiscaron sus bienes.
Leona demostró gran valentía al enfrentarse a sus jueces, asumió toda su responsabilidad y se rehusó a delatar a sus compañeros, pese a estar sometida a una gran presión por parte de sus carceleros. No fue condenada porque antes de que concluyera el juicio, la noche del 23 de abril de 1813, fue rescatada por el coronel insurgente Francisco Arroyave, Antonio Vázquez Aldama y Luís Alconedo, del convento en que se encontraba presa y fue escondida por un tiempo en otro barrio de la capital. Sin embargo, se le dictó sentencia en ausencia y sus bienes fueron confiscados y subastados.
Días después, disfrazados ellos de arrieros y ella de negra, conduciendo un atajo de burros, pudieron salir de la ciudad, llevando Leona, letras y tinta de imprenta para la prensa insurgente. Una vez pasadas las garitas, huyeron a caballo para encontrarse con las tropas de Morelos. En Tlalpujahua, Andrés Quintana Roo esperaba a Leona y así continuaron su viaje hasta Oaxaca.
A partir de entonces, la pareja corrió la misma suerte de la Suprema Junta Gubernativa y del Congreso de Chilpancingo, instalado el 14 de septiembre de 1813 y que el 6 de noviembre siguiente, expidió el Acta Solemne de la Declaración de Independencia de la América Septentrional. En diciembre, se otorgó a Leona una pensión como “Benemérita de la Patria”, de la que sólo llegó a recibir la primera mensualidad. En esos días de grandes penurias, Leona y Andrés contrajeron matrimonio.
Andrés era miembro de la Junta y como diputado por Yucatán, presidía el Congreso, del que surgió la primera Constitución mexicana en 1814, conocida como la Constitución de Apatzingán. Así, acosados por el ejército realista, en carreta, a caballo y a pié, Leona y Andrés, recorrieron, conforme a las necesidades de la guerra, la región que hoy comprende parte de los estados de Guerrero y Michoacán. Con grandes dificultades siguieron a Morelos, hasta que Andrés cumplió su periodo de diputado y el Generalísimo fue capturado en Tehuacán.
A la derrota de los insurgentes, los sobrevivientes se refugiaron en las montañas, entre ellos, la pareja de Leona y Andrés. Fusilado Morelos, el Virrey Juan Ruiz de Apodaca ofreció el indulto a los insurgentes que todavía resistían el embate de los realistas. Leona y Andrés lo rechazaron en dos ocasiones y prefirieron seguir viviendo en las cuevas de Achipextla. Ahí, en 1817, tuvieron su primera hija, a la que llamaron, Genoveva. Después se ocultaron en el pueblo de Tlacocuapa, en la sierra de Tletlaya.
Un año después, cuando la causa insurgente parecía perdida para siempre por el fusilamiento de Francisco Xavier Mina y por el constante repliegue de las escasas tropas de Vicente Guerrero, habiendo llegado a los límites de sus fuerzas, Leona y Andrés fueron descubiertos por los jefes realistas Vicente Vargas e Ignacio Martínez, exinsurgentes indultados, el 14 marzo de 1818. Ante su inminente aprehensión y sabedor que si no solicitaba indulto previo a su detención, serían fusilados, Andrés formuló el indulto con fecha atrasada para Leona y huyó. Leona y su hija fueron trasladadas a Tejupilco en calidad de detenidas. Andrés, al tener conocimiento de los malos tratos que recibía Leona, pidió el indulto al teniente coronel Miguel Torres, comandante de Tesmalcatepec y se trasladó a Tejupilco, en donde pudo reunirse con Leona y su pequeña hija. El indulto fue confirmado por virrey Juan Ruiz de Apodaca, disponiendo que se les dieran ocho mil pesos de sus bienes confiscados para que se exiliaran a España. Al no entregárseles el dinero, se cambio el exilio por la obligación de residir en Toluca. Ahí radicaron en la pobreza, hasta que en 1820, se les permitió regresar a la capital de la todavía Nueva España. Andrés concluyó sus estudios de derecho en el Ilustre y Real Colegio de Abogados, e inició su ejercicio profesional. Ese mismo año nació su segunda hija, María Dolores de la Soledad.
Al instaurarse el primer Imperio Mexicano, Andrés formó parte del gabinete de Agustín de Iturbide, como subsecretario de Estado y del despacho de Relaciones Interiores y Exteriores. Al disgustarse con él, fue destituido y perseguido. Entonces radicaron otra vez en Toluca.
En ese mismo año, Leona ganó al consulado de Veracruz una indemnización por 112 mil pesos por haberle embargado sus bienes cuando era prófuga; al no poderse hacer efectiva dicha indemnización se le entregó la hacienda de Ocotepec, en los llanos de Apan, con valor de 87 mil pesos, y las casas núm. 2 de la calle de Sepulcro de Santo Domingo y núms. 9 y 10 de la calle de Cocheras, valuadas en 16 mil pesos.
El 15 de noviembre de 1827, el congreso de Coahuila, decretó que a la villa de Saltillo se le nombrara Ciudad de Leona Vicario. La distinción provocó el primer ataque que sufrió Leona: fue acusada por la publicación “El Cardillo de las Mujeres” de defender a los españoles por no haber apoyado su expulsión del país, y de haber actuado por amor y no por patriotismo, a lo cual respondió con una Vindicación en la que rechazó esos ataques y confió en que “la equidad pública dará su debido lugar a las imputaciones de la envidia”.
En 1831, con ayuda de Leona, Andrés fundó el periódico El Federalista Mexicano, desde donde atacaban al gobierno de Anastasio Bustamante, antiguo realista y su perseguidor en 1813. Andrés fue nuevamente perseguido y cuando Leona reclamó protección para su marido, sufrió el escarnio público de la prensa al servicio del gobierno. Ya eran los días en que los antiguos realistas asumieron el gobierno y el general Vicente Guerrero fue fusilado víctima de una traición. Lucas Alamán, ministro del gobierno, atacó duramente los merecimientos de Leona, la acusó de haber recibido casas y haciendas graciasa “cierto heroísmo romancesco, que el que sepa algo del influjo de las pasiones, sobre todo en el bello sexo, aunque no haya leído a Madame Staël, podrá atribuir a otro principio menos patriótico”, lo cual motivo una terminante respuesta de la difamada que publicó en su propio periódico, dado que los demás diarios se rehusaron a darla a conocer.
Leona continuó al lado de su marido y durante la llamada Guerra de los Pasteles, ambos ofrecieron sus bienes para hacer frente a la posible invasión francesa. También sufrió la larga ausencia de Andrés, cuando éste tuvo que viajar a Yucatán en un vano intento de lograr que ese estado no se separara de México.
Leona falleció en su casa de la 3ª de Santo Domingo, número 2, el 21 de agosto de 1842 en la ciudad de México. Después de celebrarse solemnes honras fúnebres en el templo de Santo Domingo, a las que acudieron las más destacadas personalidades de la época, el 25 de agosto fue sepultada en el panteón de Santa Paula. Su cortejo fúnebre fue encabezado por el general Antonio López de Santa Anna, entonces presidente de la República.
Gamollel Arenas (María Leona Vicario) escribió: “Mujer tan extraordinaria por su carácter, tan grande por sus virtudes y tan sublime por sus épicos servicios prestados a la Patria, es una gloria nacional de fulguración inextinguible; y su vida, siempre recordada con cariñosa admiración, debe tenerse como un libro abierto de singular civismo, en la educación de la mujer mexicana, de cuya injerencia en el cultivo de los sentimientos patrios de las generaciones, depende nuestra imperturbable existencia de pueblo independiente y libre.”
En 1900, sus restos y los de Andrés Quintana Roo, fueron trasladados a la Rotonda de las Personas Ilustres del panteón de Dolores.
Desde 1925, sus restos descansan en la Columna de la Independencia y desde 1948, su nombre está inscrito con letras de oro en el Muro de Honor del Palacio Legislativo de San Lázaro, sede del Congreso de la Unión.
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